martes, 5 de noviembre de 2013

Las personas de clases altas son más proclives a mentir y a llevar a cabo actos éticamente reprobables que los de clases más bajas.

¿Qué fue primero, el huevo de la codicia o la gallina del egoísmo? 

Las personas de clases altas son más proclives a mentir y a llevar a cabo actos ética mente reprobables que los de clases más bajas. Es la conclusión de un estudio llevado a cabo por un psicólogo estadounidense y que ha tenido amplia difusión, y no poca polémica.

Paul Piff, autor del estudio, comprobó con diversos test y juegos con dinero simulado que cuanta más riqueza acumulaban los jugadores más deshumanizado se volvía su comportamiento. “El dinero —concluye el psicólogo— hace a la gente más egoísta, más aislada, menos empática y menos ética”.

Puede que esta conclusión no escandalice en un país católico y meridional, como España, donde el poderoso siempre ha sido sospechoso de codicia y corrupción, pero en Estados Unidos, donde la prosperidad es considerada el premio a la laboriosidad, semejante diatriba contra la clase alta es poco menos que un anatema. El rico americano lo es porque se lo merece y para justificar su status que ha erigido todo un andamiaje de autojustificación sustentado por mitos ampliamente aceptados.

Uno de estos es el de la igualdad de oportunidades, y su corolario, la movilidad social. Sin embargo, los datos demuestran que solo el 16% de los que nacen pobres logran escalar hasta la clase media y el factor que mejor predice la riqueza de una persona es… el nivel de ingresos de sus padres.

Otro experimento llevado a cabo por el equipo de Piff consistió en comprobar el respeto por las normas de tráfico de los conductores en un stop y un paso de cebra. Los investigadores comprobaron que existía una fuerte correlación entre el modelo de coche y el desdén hacia otros conductores y peatones: el conductor del Hummer se comportaba como si el resto de los vehículos fueran obstáculos en la consecución de su objetivo, llegar primero.